Las relaciones con China: ¿nueva dependencia?

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Por Adolfo Aguirre
Secretario de Relaciones Internacionales CTA

La visita de Estado realizada por CFK a China nos presenta ante un debate necesario respecto a nuestro posicionamiento con las potencias mundiales. Las preguntas esenciales que debemos hacernos son ¿qué relación queremos tener con potencias, viejas y nuevas? ¿Desde dónde nos posicionamos? A juzgar por los multimillonarios acuerdos firmados esta semana, Argentina tiene una posición tomada y es la de proveer materias primas, en una posición de dependencia respecto de las grandes potencias, incluidas las emergentes. Es complejo plantearle a un gobierno en su último año de mandato que tome una política estratégica para la próxima década. Sin embargo, no podemos escaparle a este debate.

La relación con China parece lentamente estar virando hacia la que el gigante asiático estableció con una gran parte del continente africano. China garantiza grandes inversiones en infraestructura además de préstamos a bajas tasas, sin requerimientos de ajustes estructurales al estilo FMI, mientras que los países receptores proveen de materias primas fundamentales y abren sus mercados a las manufacturas. Esta fórmula tiene un componente extra que no es menor: la mano de obra china. Las relaciones que desde la CTA entablamos con diferentes sindicatos africanos, especialmente Angola y Sudáfrica (los dos principales socios chinos en ese continente) nos dan un panorama preocupante en el aspecto laboral. Las grandes inversiones vienen atadas a la importación de manufacturas, destruyendo las ya-endebles industrias locales—afectando a la mano de obra local–, y llegan con su propia mano de obra, ajena a las legislaciones laborales locales y por ende a la posibilidad de organizar a los trabajadores sindicalmente. Los ‘contratistas’ de los mega-proyectos chinos en África trabajan en condiciones de explotación intensa, viviendo en el mismo campamento de las construcciones y con una prohibición explícita de establecer contactos con las poblaciones locales—menos aún con organizaciones sindicales. La dimensión de la inversión china genera que los países no quieran confrontar en estos aspectos con las imposiciones incluidas como parte del paquete. A su vez, los sindicatos deben lidiar no sólo con un aumento de la xenofobia entre sus bases, sino también con la incapacidad de extender la defensa de los derechos laborales a los principales emprendimientos económicos de los respectivos países.

Hasta el momento, la dinámica de relaciones China-América Latina no es exactamente la que establecieron con África. Sin embargo, tiene rasgos similares en algunos aspectos—dependencia de exportación de materias primas, déficit comercial—mientras que en otros sólo unos pocos países lo han experimentado—la mano de obra china presente en minas en Perú no ha estado exenta de tensiones. Tal como fue la relación con Gran Bretaña a fines del siglo diecinueve y con Estados Unidos durante una gran parte del veinte, las relaciones asimétricas entre una potencia y un país de menor magnitud van a generar relaciones de poder asimétricas, donde los intereses de la potencia suelen prevalecer.

Como venimos insistiendo desde hace varios años, es aquí donde los procesos de integración regional tienen un rol fundamental que jugar. Tanto el Mercosur, como Unasur y CELAC deberían estar orientados a buscar posicionamientos comunes frente a estos retos, además de afianzar la alianza político-estratégica. La cumbre CELAC-China de enero tendría que haber sido una oportunidad no sólo para competir por los casi 500.000 millones de inversiones que anunció China, sino para plantear formas en la que la región pueden plantearse ante este escenario. Ideas como organizar una “OPEP de la soja” o del litio pueden ser un salto cualitativo en las posiciones de poder de nuestros países. Desde las organizaciones sindicales venimos insistiendo en la necesidad de concretar estas estrategias que tengan una utilidad concreta a la hora de negociar con las potencias, tanto las viejas como las emergentes.

Ante esta situación y desde nuestra mirada sindical, debemos plantear un rechazo firme a los acuerdos que profundizan la dependencia. Tal como lo hicimos durante la lucha contra el ALCA, debemos exigir que se fortalezca la integración regional para poder posicionarnos ante las potencias mundiales. No se trata de rechazar de plano la posibilidad de acuerdos, sino de utilizar el poder relativo que podemos tener, en base a nuestras fortalezas actuales y futuras. De esto dependerá el desarrollo de los próximos 30 años.

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